viernes, 25 de diciembre de 2015

¡HOY NOS HA NACIDO EL SALVADOR!


Recientemente me encontraba con una pareja de jóvenes esposos, el encuentro fue muy grato pues hacía años que no los veía. Después de un largo rato de una plática muy amena, ambos se vieron a los ojos fijamente y sonrieron; yo me extrañé aunque asumí que había algo que querían decirme, mi sospecha se hizo realidad; después de ese instante me dijeron: Queremos darte una sorpresa, -así, de qué se trata-, respondí sonriente; ellos se tomaron la mano con fuerza y con una sonrisa en los labios y los ojos llenos de alegría él tomó la palabra y lanzó una expresión que me dejo sin palabras: Hoy hemos descubierto que Dios nos ha mandado una bendición en forma de bebé, ella por su parte no pudo evitar derramar una lágrima de emoción pues he decir que sufrieron mucho para poder concebir; yo les abracé y les felicité solamente diciendo, demos gracias a Dios.

En la sencillez se muestra la grandeza de Dios
UN RECIEN NACIDO LLEGA A CASA


Tal escena pudiese parecer simple, ordinaria y sin mucho que decir. Sin embargo considero que tiene una rica propuesta para valorar el sentido de la vida. Cuando Dios se fija en el ser humano siempre le concede bendiciones, y más aún, cuando se trata del don irremplazable de la vida.  Este ejemplo también me hizo pensar en el tiempo que vivimos; nos acercamos a la Navidad, y en muchos hogares existe la sana tradición de colocar una representación del pesebre de belén, aquel lugar donde el Verbo de Dios se hace hombre y pone su morada entre nosotros (cf. Jn 1, 14); donde históricamente Aquel que no se aferra a su condición divina, sino que renuncia a lo que el suyo,  toma la condición de siervo (cf. Flp 2, 6-11) y se hace bendición para nosotros.

En estos días donde los cristianos conmemoramos el momento en que  un Recién Nacido llega a nuestros hogares y se convierte en la más grande bendición de todos los tiempos,  no podemos conformarnos con el sentido superficial que nos ofrece un mundo materialista, aquel que nos insita a gastar todo a cambio de muy poco, sino que debemos rescatar el auténtico sentido de contemplar el rostro de Jesús niño y aprender de Él el verdadero sentido de nuestra vida. A este respecto el Papa emérito Benedicto XVI nos ha dejado una bella reflexión, nos dice: «El obrar de Dios, en efecto, no se limita a las palabras, es más, podríamos decir que Él no se conforma con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume sobre sí el cansancio y el peso de la vida humana. El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, nació de la Virgen María, en un tiempo y en un lugar determinados, en Belén durante el reinado del emperador Augusto, bajo el gobernador Quirino (cf. Lc 2, 1-2); creció en una familia, tuvo amigos, formó un grupo de discípulos, instruyó a los Apóstoles para continuar su misión, y terminó el curso de su vida terrena en la cruz. Este modo de obrar de Dios es un fuerte estímulo para interrogarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no debe limitarse al ámbito del sentimiento, de las emociones, sino que debe entrar en lo concreto de nuestra existencia, debe tocar nuestra vida de cada día y orientarla también de modo práctico. Dios no se quedó en las palabras, sino que nos indicó cómo vivir, compartiendo nuestra misma experiencia, menos en el pecado.»


Es necesario en nuestro tiempo afirmar que la Navidad no es un tiempo que tradicionalmente está marcado en un calendario sino que es el tiempo propicio para reconocer con valor que las verdaderas reformas que necesita nuestra sociedad son aquellas que brotan de un corazón dispuesto a amar, ya que sólo en el Amor y amando podemos manifestar al mundo la realidad de Dios.  Sí, el Recién Nacido que contemplamos en Navidad ha venido a mostrarnos el verdadero camino para «arrancar» bendiciones al cielo; viendo en Él no sólo el autentico rostro del Creador sino el verdadero y original rostro del  ser humano. El rostro de la fraternidad,  del amor y de  la paz que tanta falta nos hace. Hemos de reconocer con fe viva que sólo abriéndonos a su gracia y siguiendo fielmente su camino podemos experimentar la realización de su proyecto sobre nosotros y con nosotros. Que el Recién Nacido que hoy llega a las puertas de tu corazón encuentre un lugar dispuesto para dar vida a los demás siendo signo de bendición en un mundo que tiene hambre de justicia.

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