Se acercan los denominados festejos por la
Revolución; se nos ha hecho saber, a través de muchos medios, el reconocimiento
de aquellos personajes de la historia que, en determinado momento, quisieron
revolucionar la sociedad a base de armas y violencia, de aquellos que quisieron
dar paz y seguridad a base de guerra. Ellos bien o mal lucharon por sus ideales y los defendieron hasta
dar su vida.
En pleno siglo XXI la exigencia es otra, nuestro
pueblo no necesita “pan y circo” para tenerlo contento, la urgencia verdadera
radica en soluciones que respondan a nuestro tiempo. No buscando culpables a estas alturas y criticar absurdamente. Ya no más
impunidad e injusticia. Ya no más discursos y más acción para esclarecer la
verdad. Para lograr tal cometido
es necesario deternos un poco y asumir con responsabilidad la parte que nos
toca en la sociedad, construyendo, ya no con armas y guerra, una historia que verse en la
integridad del ser humano y en la construcción de la autentica libertad interior esa que plenifica al
hombre y lo hace feliz.
Es aquí donde el cristiano sabe que no se puede quedar cruzado de brazos
viendo como tantos mueren por falta de alimento, hablo no sólo del pan material
sino con más urgencia del Pan que nos se agota: el alimento espiritual. Es
preciso además que vivifiquemos el mandamiento del amor (cf. Mt 22, 37-39) pues
ahí radica la revolución que necesitamos; una revolución que sacuda las
conciencias y que reviva las esperanza, un movimiento de hombres y mujeres que
no se dejen llevar por lo meramente temporal sino que trasciendan y luchen por
defender su parte espiritual. Podríamos
pensar pesimistamente y encerrar el concepto del amor en una simple utopía que
se consume en mero sentimiento, podríamos pensar que el amor es una simple
alocución que disfraza la realidad o que por momentos resulta ser un “analgésico”
que quiere curar un cáncer profundo que ya no tiene remedio.
Sin
embargo para los que sabemos con
certeza que existe un Dios que no es un simple concepto vacio sino una realidad,
El amor es algo más profundo que sólo se entiende cuando se vive; estamos
convencidos que el autentico amor
no se regula con leyes humanas pues es una ley divina inscrita en el corazón
del hombre en cual necesita ponerlo en práctica dándose por completo a imitación del Misionero
Divino.
A este respecto el Papa Benedicto XVI en su
encíclica “Caritas in Veritate” dice: «El amor es una fuerza extraordinaria, que mueve
a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la
justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y
Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que
Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho
proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre. Por lo tanto,
defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la
vida son formas exigentes e insustituibles de amor.»(No 1)
Nos corresponde entonces decidir qué vamos
hacer en nuestro tiempo, no podemos esperar a que otros solucionen lo que a
cada uno de los que formamos una comunidad nos toca realizar, es momento de
revolucionar nuestro entorno a base de esfuerzo, solidaridad, respeto,
humildad, pero sobre todo caridad, pues ésta última encierra todas las virtudes
que personalizan al ser humano y lo hacen vivir en plenitud, sabiendo además
que si ve vive en la caridad se vive en Dios pues Dios es Amor. (Cf. 1Jn 4, 8)
¡Vivamos una auténtica revolución!
Hno. Carlos Agustín
Cázares, msp
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