«Ustedes son la
sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su
sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la
pisotea. Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no
puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes
bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del
mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que,
viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el
cielo.» (Mt 5,
13-16)
Las palabras del Señor en el Evangelio, que
forman parte de lo que conocemos como el Sermón de la Montaña, son contundentes
ya que reflejan la esencia de la
misión social del cristiano en el mundo. En un primer momento encontramos la
figura de la sal que como es sabido se trata del elemento que da sazón y sabor
a los alimentos, así, el cristiano en el mundo, que por el bautismo ha sido
injertado a Cristo y a su Iglesia, que es hijo de Dios y que adquiere una
misión profética se convierte en el «Sazonador» de las realidades temporales,
éste con la vida nueva que adquiere en Cristo (cf. Rm 6,4) se proyecta con
esperanza hacia una vida digna. No obstante el Evangelio también nos señala lo
que sucede cuando esa sal pierde sus atributos, «se la tira y la gente la pisotea,» pasa lo mismo cuando el
cristiano se desvirtúa dejándose adsorber por corrientes que denigran su
condición de hijo de Dios.
Además de ser sal el cristiano es luz,
este símbolo evoca el deseo de verdad, de justicia y de paz que están inmersos
en lo más íntimo del ser humano. Sin embargo cuando esa luz se opaca o bien
desaparece es imposible observar la realidad y por tanto se pierde el camino y
no se sabe para donde ir. Es por tanto urgente que todo hombre cristiano, en
especial los jóvenes creamos, con una convicción ardiente, que en Cristo nos
constituimos «luz que brilla delante de la gente»; que a pesar
de la obscuridad o tribulaciones que embargan a nuestro pueblo nosotros podemos
dar una respuesta concreta para encontrar la solución a tanto mal que nos
aqueja.
Asimismo es sumamente importante meditar
que nuestro papel de «sal y luz del mundo»
también debe vivirse con claridad en estos tiempos en los que se desarrolla el
proceso electoral de nuestro país pues es sumamente necesario que sepamos
elegir correctamente a quienes nos gobernaran, no sólo conociendo al candidato
y sus propuestas es como podremos determinar nuestro voto, sino además
requerimos de una adecuada información y formación sobre el partido que
representan ya que es allí donde radica la ideología que ha de dirigir los
sistemas económicos, políticos y educativos de nuestra sociedad. Ya no podemos
ser indiferentes y dejarnos llevar por «bonitos discursos» que prometen un
panorama alentador, es urgente que los jóvenes nos formemos un amplio criterio
a la hora de tomar decisiones pues es nuestras manos está depositado el rumbo
del país.
Para clarificar lo dicho hasta ahora
traigo a colación algunas palabras del Papa Juan Pablo II que sin duda han de
iluminar nuestra reflexión y nos darán elementos para puntualizar nuestra vida:
«En el contexto actual de secularización,
en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no
existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario
que precisamente ustedes, queridos jóvenes, reafirmen que la fe es una decisión
personal que compromete toda la existencia. ¡Que el Evangelio sea el gran criterio
que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo se harán
misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajen y vivan,
serán signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de
Cristo. No lo olviden: ¡"No se enciende una lámpara para ponerla debajo
del cajón" (cf. Mt 5,15). Así como la sal da sabor a la comida y la luz
ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida,
haciéndola un reflejo de la gloria de Dios.»
La misión es clara y contundente, la
respuesta está en nuestro interior y depende de cada uno de nosotros que
sepamos responder a las exigencias de nuestro tiempo.
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