Ven Señor Jesús |
Recientemente me encontraba
con una pareja de jóvenes esposos, el encuentro fue muy grato pues hacía años
que no los veía. Después de un largo rato de una plática muy amena, ambos se
vieron a los ojos fijamente y sonrieron; yo me extrañé aunque asumí que había
algo que querían decirme, mi sospecha se hizo realidad; después de ese instante
me dijeron: Queremos darte una sorpresa,
-así, de qué se trata-, respondí sonriente; ellos se tomaron la mano con fuerza
y con una sonrisa en los labios y los ojos llenos de alegría él tomó la palabra
y lanzó una expresión que me dejo sin palabras: Hoy hemos descubierto que Dios nos ha mandado una bendición en forma de
bebé, ella por su parte no pudo evitar derramar una lágrima de emoción pues
he decir que sufrieron mucho para poder concebir; yo les abracé y les felicité solamente
diciendo, demos gracias a Dios.
Tal escena pudiese parecer
simple, ordinaria y sin mucho que decir. Sin embargo considero que tiene una
rica propuesta para valorar el sentido de la vida. Cuando Dios se fija en el
ser humano siempre le concede bendiciones, y más aún, cuando se trata del don
irremplazable de la vida. Este
ejemplo también me hizo pensar en el tiempo que vivimos; nos acercamos a la
Navidad, y en muchos hogares existe la sana tradición de colocar una
representación del pesebre de belén, aquel lugar donde el Verbo de Dios se hace
hombre y pone su morada entre nosotros (cf. Jn 1, 14); donde históricamente
Aquel que no se aferra a su condición divina, sino que renuncia a lo que el
suyo, toma la condición de siervo
(cf. Flp 2, 6-11) y se hace bendición para nosotros.
En estos días donde los
cristianos conmemoramos el momento en que
un Recién Nacido llega a nuestros hogares y se convierte en la más
grande bendición de todos los tiempos,
no podemos conformarnos con el sentido superficial que nos ofrece un
mundo materialista, aquel que nos insita a gastar todo a cambio de muy poco,
sino que debemos rescatar el auténtico sentido de contemplar el rostro de Jesús
niño y aprender de Él el verdadero sentido de nuestra vida. A este respecto el
Papa emérito Benedicto XVI nos ha dejado una bella reflexión, nos dice: «El obrar
de Dios, en efecto, no se limita a las palabras, es más, podríamos decir que Él
no se conforma con hablar, sino que se sumerge en nuestra historia y asume
sobre sí el cansancio y el peso de la vida humana. El Hijo de Dios se hizo
verdaderamente hombre, nació de la Virgen María, en un tiempo y en un lugar
determinados, en Belén durante el reinado del emperador Augusto, bajo el
gobernador Quirino (cf. Lc 2, 1-2); creció en una familia, tuvo amigos, formó
un grupo de discípulos, instruyó a los Apóstoles para continuar su misión, y
terminó el curso de su vida terrena en la cruz. Este modo de obrar de Dios es
un fuerte estímulo para interrogarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no
debe limitarse al ámbito del sentimiento, de las emociones, sino que debe
entrar en lo concreto de nuestra existencia, debe tocar nuestra vida de cada
día y orientarla también de modo práctico. Dios no se quedó en las palabras,
sino que nos indicó cómo vivir, compartiendo nuestra misma experiencia, menos
en el pecado.»
Es necesario en nuestro tiempo afirmar que la
Navidad no es un tiempo que tradicionalmente está marcado en un calendario sino
que es el tiempo propicio para reconocer con valor que las verdaderas reformas
que necesita nuestra sociedad son aquellas que brotan de un corazón dispuesto a
amar, ya que sólo en el Amor y amando podemos manifestar al mundo la realidad
de Dios. Sí, el Recién Nacido que
contemplamos en Navidad ha venido a mostrarnos el verdadero camino para
«arrancar» bendiciones al cielo; viendo en Él no sólo el autentico rostro del
Creador sino el verdadero y original rostro del ser humano. El rostro de la fraternidad, del amor y de la paz que tanta falta nos hace. Hemos de reconocer con fe
viva que sólo abriéndonos a su gracia y siguiendo fielmente su camino podemos
experimentar la realización de su proyecto sobre nosotros y con nosotros. Que
el Recién Nacido que hoy llega a las puertas de tu corazón encuentre un lugar
dispuesto para dar vida a los demás siendo signo de bendición en un mundo que
tiene hambre de justicia.
Hno. Carlos A. Cázares Mtz., msp
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