lunes, 1 de diciembre de 2014

Lunes I de Adviento, Ciclo B

Un acto de humildad

Is 2, 1-5
Sal 121
Mt 8, 5-11

Entrando en Cafarnaúm Jesús realiza un milagro a distancia; no ve al enfermo, no lo escucha, ni siquiera lo toca, sólo bastó un acto de humildad de parte del Centurión  para conseguir del Maestro lo que pretendía. Así abrimos el año litúrgico, el Señor nos invita a tomar el lugar que nos corresponde, pues ser humildes no sólo implica reconocer lo que somos, sino lo que Dios hace por nosotros y en nosotros.

El Señor Jesús ante la necesidad que le presentaba el Centurión actúo con prontitud: “iré a sanarlo” (v. 7). Pero es la respuesta del Capitán lo que provoca la admiración del Señor: “No merezco que entres en mi casa; solamente da la orden y quedará sano” (v. 8). Nadie de nosotros es digno de la obra de Dios pero es Él, en su amor, quien nos dignifica. No somos merecedores, pero si reconocemos la fuerza de su Palabra podemos experimentar su gracia. Nuestro lugar es este: “No soy digno”; “No lo merezco”, eres Tú Señor quien lo hace todo y en tu misericordia puedes sanarme.

El requisito es sencillo: tener fe (v. 10). La fe es aquella virtud, sembrada por nuestro Creador, en nosotros, que nos capacita  a esperar con paciencia y a creer con esperanza. Si flaqueamos en nuestra fe, sólo hace falta acercarnos a Quien lo puede todo y lo hace nuevo (cf. Ap 21, 5)  y con sencillez de corazón digamos: “creo en ti, pero aumenta mi fe”.


Cuando se nos presente alguna necesidad, “subamos al monte del Señor, al templo del Dios de Jacob, para que Él nos enseñe sus caminos y andemos por sus sendas” (Is 2, 3), vislumbremos su presencia y con la humildad consigamos sus milagros. ¡Caminemos a la luz del Señor!, pues sólo basta su Palabra y todo encontrará su remedio. Un acto de humildad le arrebata a Dios un milagro.

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