viernes, 5 de diciembre de 2014

Jueves I de Adviento, Ciclo B

El cimiento de la vocación
 
Is 26, 1-6
Sal 117
Mt 7, 21.24-27

El ser humano, dotado de raciocinio, es capaz de comprender muchas de las cosas que acontecen en su alrededor, pero me atrevo a decir que la que más le cuesta es descubrir su vocación. ¿Hacia dónde caminar? ¿cual es el sendero correcto para ser pleno? En el Evangelio encontramos la respuesta: El que me oye y hace lo que yo digo, es como un  hombre prudente que construyó su casa sobre la roca… (Mt 7, 24). Oír al Señor y hacer lo que nos dice, es garantía de que vamos por el camino correcto.

Sin duda el caminar traerá consigo altas y bajas, no es sencillo; no se trata de que las cosas sean fáciles, pues lo fácil casi siempre sale caro (cf. v.26). El hombre tonto es aquel que escuchando a Dios continuamente, hace caso omiso de su mensaje, le da lo mismo ir a misa que no hacerlo; es aquel que sabiendo lo que tiene que hacer para conseguir la felicidad se va por un camino tergiversado que le brinda comodidad. Seguramente el hombre que ha construido su casa en la roca, tuvo que batallar, se gastó en hacer los cimientos, lloró, se cansó, encontró dificultades, pero al final pudo contemplar su obra y no sólo eso, sino que construyo seguridades. Por el contrario el hombre necio, se deja llevar por la simpleza, no se esforzó y lo único que consiguió fue un  gran desastre (v.27).

Así pues, si queremos que nuestra vocación esté bien cimentada, debemos trabajar, luchar y desgastarnos. Escuchar a Dios ya que en su Palabra encontramos el cimiento perfecto para edificar nuestra vida, es, sin duda, el refugio eterno del que habla el profeta (Is 26, 4).


El cimiento de nuestra vocación es confiar en la Palabra de Dios pues sólo así podemos experimentar paz, seguridad y plenitud.

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