La amistad es
una de las características propias de las relaciones humanas; es casi innato
para el hombre buscar a alguien con quien identificarse, convivir de una manera
más cercana y dialogar de situaciones personales. No obstante, en nuestros
días, el concepto muchas veces es mal interpretado pues se dicen amigos aquellos
que inducen a los vicios y aquellos que solapan algunas de nuestras malas
actitudes; se cree además que amigos son los que virtualmente se «conocen»
a través de las redes sociales, sin embargo estas no se pueden llamar
propiamente amistades.
Es
necesario para nuestra reflexión precisar con claridad lo que podemos entender
como una autentica amistad. Santo Tomás de Aquino nos da las pautas cuando dice:
«La mejor amistad es, en
efecto, la que busca el bien y la perfección del amigo; consiste en convivir
según la naturaleza racional, compartiendo el bien teórico y el práctico. Se
busca para el amigo, ante todo, la vida; después se le procuran los otros
bienes útiles; además se tiene conversación deleitable con él; y, sobre todo,
concordia en la virtud. Sin embargo, aunque la amistad como se ha dicho no es
propiamente una virtud, se funda en la búsqueda de la virtud, y, en ese
sentido, lo que es contrario a la virtud impide la amistad, y lo que es
virtuoso la fomenta. » (cf. Suma Teológica, II-II, q.
25, a. 7)
Otro
elemento que nunca hay que olvidar es la libertad pues la libertad es la condición misma de la
relación de amistad, es como dice Carlos Domínguez Morano s.j. «…el
amor del amigo por el amigo no exige don, sino que agradece como tal lo que
libremente se le ofrece. Ni siquiera se precipita en un deseo de salvar al otro
a toda costa, olvidando que a lo mejor el otro no desea ser “salvado”. Respeta
hasta el punto de permitir que el otro se equivoque en el libre ejercicio de su
riesgo y decisión, no acudiendo en su ayuda si no tiene la certeza de que el
amigo, implícita o explícitamente, la solicita y la desea. Sólo así está
respetando su propia carencia y sólo así respeta la libertad que brota de la
carencia del otro. No es ni un enamorado, ni una madre nutricia, ni un padre
salvador. Y sabiéndose sólo así, como un tú cercano y comprometido, acompaña al
otro desde su soledad y se siente acompañado en la común aventura de existir.»
Ahora
bien, bajo esta perspectiva podemos entender que un
autentico amigo quiere lo mejor para el otro, y no existe mayor bien que llevar
a otros a Dios pues es Él el camino, la
verdad y la vida (cf.Jn 14, 6) y no existe mayor amor que dar esa misma
Vida por los amigos (cf. Jn 15, 13). Además es necesario reconocer que desde nuestra naturaleza
tendemos a lo Eterno y Trascendente; que la amistad autentica está fundada no
en la superficialidad sino en el autentico Sustrato de todo que es Dios mismo. Hemos
de seguir el ejemplo de muchos hombres y mujeres que a lo largo de la historia
han ofrendado su vida para que otros puedan acceder al conocimiento de Dios, es
decir, reconocer quienes somos y hacia dónde nos dirigimos, entablar un dialogo
profundo con nuestro Creador a través de la oración e interceder por nuestros
amigos. Es sumamente necesario hacer creíble lo que predicamos, dar testimonio con nuestra vida de la
experiencia que nosotros hemos tenido con Dios sin olvidar que «La caridad ordena los actos de
todas las virtudes al fin último». Es
una lucha en la que no cabe el desanimo, se debe tener la convicción que la mayor obra de caridad es llevar a
otros a Dios, que conozcan su Palabra, se enamoren de ella y así se alcance la
felicidad autentica.
Que
nuestros amigos conozcan a Dios es un verdadero desafío ya que implica seguir
las huellas del maestro, dar la vida sin miramientos y complejos y amarnos los
unos a los otros como Él mismo nos ha amado (cf. Jn 13,34).
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