miércoles, 6 de agosto de 2014

QUE MIS AMIGOS CONOZCAN A DIOS


La amistad es una de las características propias de las relaciones humanas; es casi innato para el hombre buscar a alguien con quien identificarse, convivir de una manera más cercana y dialogar de situaciones personales. No obstante, en nuestros días, el concepto muchas veces es mal interpretado pues se dicen amigos aquellos que inducen a los vicios y aquellos que solapan algunas de nuestras malas actitudes; se cree además que amigos son los que virtualmente se «conocen» a través de las redes sociales, sin embargo estas no se pueden llamar propiamente amistades.

Es necesario para nuestra reflexión precisar con claridad lo que podemos entender como una autentica amistad. Santo Tomás de Aquino nos da las pautas cuando dice: «La mejor amistad es, en efecto, la que busca el bien y la perfección del amigo; consiste en convivir según la naturaleza racional, compartiendo el bien teórico y el práctico. Se busca para el amigo, ante todo, la vida; después se le procuran los otros bienes útiles; además se tiene conversación deleitable con él; y, sobre todo, concordia en la virtud. Sin embargo, aunque la amistad como se ha dicho no es propiamente una virtud, se funda en la búsqueda de la virtud, y, en ese sentido, lo que es contrario a la virtud impide la amistad, y lo que es virtuoso la fomenta. » (cf. Suma Teológica, II-II, q. 25, a. 7)

Otro elemento que nunca hay que olvidar es la libertad pues la libertad es la condición misma de la relación de amistad, es como dice Carlos Domínguez Morano s.j. «…el amor del amigo por el amigo no exige don, sino que agradece como tal lo que libremente se le ofrece. Ni siquiera se precipita en un deseo de salvar al otro a toda costa, olvidando que a lo mejor el otro no desea ser “salvado”. Respeta hasta el punto de permitir que el otro se equivoque en el libre ejercicio de su riesgo y decisión, no acudiendo en su ayuda si no tiene la certeza de que el amigo, implícita o explícitamente, la solicita y la desea. Sólo así está respetando su propia carencia y sólo así respeta la libertad que brota de la carencia del otro. No es ni un enamorado, ni una madre nutricia, ni un padre salvador. Y sabiéndose sólo así, como un tú cercano y comprometido, acompaña al otro desde su soledad y se siente acompañado en la común aventura de existir.»

Ahora bien, bajo esta perspectiva podemos entender que un autentico amigo quiere lo mejor para el otro, y no existe mayor bien que llevar a otros a Dios pues es Él el camino, la verdad y la vida (cf.Jn 14, 6) y no existe mayor amor que dar esa misma Vida por los amigos (cf. Jn 15, 13). Además   es necesario reconocer que desde nuestra naturaleza tendemos a lo Eterno y Trascendente; que la amistad autentica está fundada no en la superficialidad sino en el autentico Sustrato de todo que es Dios mismo. Hemos de seguir el ejemplo de muchos hombres y mujeres que a lo largo de la historia han ofrendado su vida para que otros puedan acceder al conocimiento de Dios, es decir, reconocer quienes somos y hacia dónde nos dirigimos, entablar un dialogo profundo con nuestro Creador a través de la oración e interceder por nuestros amigos. Es sumamente necesario hacer creíble  lo que predicamos, dar testimonio con nuestra vida de la experiencia que nosotros hemos tenido con Dios sin olvidar  que «La caridad ordena los actos de todas las virtudes al fin último». Es una lucha en la que no cabe el desanimo, se debe tener la convicción que  la mayor obra de caridad es llevar a otros a Dios, que conozcan su Palabra, se enamoren de ella y así se alcance la felicidad autentica.

Que nuestros amigos conozcan a Dios es un verdadero desafío ya que implica seguir las huellas del maestro, dar la vida sin miramientos y complejos y amarnos los unos a los otros como Él mismo nos ha amado (cf. Jn 13,34).

Carlos Agustín Cázares Mtz., msp

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