Los cristianos debemos asumir nuestra responsabilidad, saber quiénes somos dentro de la sociedad y alimentar nuestro espíritu en el encuentro con nuestro Creador, fomentar los valores y dar testimonio de que somos imagen de Dios
En la actualidad pareciera ser vigente aquella frase que reza así: "el hombre es el lobo del hombre", ya que en pleno siglo XXI por un lado se propugna el bienestar y el desarrollo sustentable y por otro se pisotea la dignidad de la persona; muchos apuestan por el establecimiento del orden y la paz pero se declaran a favor de la legalización del aborto, la eutanasia, la manipulación de embriones humanos, las uniones homosexuales, etc. No es posible que se hable mucho del Bien Común pero a la hora de ejercerlo se viva violencia y corrupción, es claro entonces que lo único que se refleja con esta actitud es una incongruencia total fruto de una “enfermedad” interior llamada egoísmo; esta daña lo más susceptible de la persona que es la voluntad pues es allí donde se tejen las grandes aspiraciones o las grandes debilidades. La soberbia que se ha apoderado del hombre lo ha llevado a cometer los más grandes errores de la historia; por querer dominar el mundo pretende ocupar el lugar de Dios y lo único que logra es destruirse a sí mismo.
Además, ya es común observar a muchos jóvenes que, a pesar de tener bastantes comodidades, experimentan vaciedad, sinsentido, depresión e incomprensión, por esta confusión y por no tener respuestas claras se tiran a los vicios y en los peores casos al suicidio. Ahora bien, los cristianos no podemos permitirnos caer en incitaciones que contradigan nuestro ser de hijos de Dios, lo que debemos hacer es asumir nuestra responsabilidad, saber quiénes somos dentro de la sociedad y alimentar nuestro espíritu en el encuentro con nuestro Creador, fomentar los valores y dar testimonio de que somos imagen de Dios (cf. Gn 1,26). Debemos estar convencidos que en Jesús, dueño y Señor de la vida, está nuestra la esperanza, la fortaleza y la decisión para construir un mundo mejor.
No podemos quedarnos cruzados de brazos bajo el influjo del pecado. Es urgente y necesario defender a la humanidad y el don irrevocable de la vida, pues estamos ciertos de que "el hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena", que está llamado a darle sentido a lo que realiza sobre todo cuando ama, pues amando podrá ser feliz y siendo feliz gozará la vida. Esa vida que "consiste en la participación de la vida misma de Dios. Tomando en cuenta de que esta vocación sobrenatural manifiesta la grandeza y el valor de la vida humana incluso en su fase temporal. Además, es necesario saber que la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que, inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad (cf. 1 Jn 3, 1-2). Debemos defender la vida sabiendo que se trata de una realidad sagrada, que se nos confía para que la custodiemos con sentido de responsabilidad y la llevemos a perfección en el amor y en el don de nosotros mismos a Dios y a los hermanos" (cf.Evangelium Vitae 2).
La vida es un misterio, no se comprende sino en los seres vivos, no se trata de un "ente" que vague por el mundo, sino de un don de Dios que debemos abrazar amando, san Alberto Hurtado decía: "Hay una vida pobrísima, que apenas es vida; vida pobre, de infidelidades a la gracia, sordera espiritual, falta de generosidad; y una vida rica, plena, fecunda, generosa. A ésta nos llama Cristo. Es la santidad. Y Cristo quiere cristianos plenamente tales, que no cierren su alma a ninguna invitación de la Gracia , que se dejen poseer por ese torrente invasor, que se dejen tomar por Cristo, penetrar por Él. La vida es vida en la medida que se posee a Cristo, en la medida que se es Cristo. Por el conocimiento, por el amor, por el servicio". Por lo tanto, tenemos una grave responsabilidad: defender la vida, diciendo no a todo lo que atente contra ella.
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