Yo (…) te acepto a
ti, (…), como mi esposa
(o) y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi
vida. Tales palabras, propias del rito matrimonial, parecieran estar en
desuso, puesto que la llamada «unión libre » resulta ser la vía más cómoda para
quienes pretender unir sus vidas. Esta
misma situación ha hecho pensar a algunos que una alternativa para evitar
mayores fracasos en el matrimonio es la «fecha de caducidad». Es decir, que el
matrimonio sólo dure hasta que los cónyuges se entiendan; que el lazo
matrimonial tenga una vigencia estipulada en un documento firmado de común
acuerdo y que se rompa una vez transcurrido el tiempo. «Los matrimonios con
fecha de caducidad» resulta ser una iniciativa que promueve que aquellos que
decidan casarse tengan la opción de separarse en un lapso de dos años, cinco o
hasta diez con la oportunidad de renovarse por otro tiempo o bien contraer
nuevas nupcias.
Este tipo de iniciativas, para los que creemos
en los valores fundamentales y la trascendencia de los mismos, no pueden ser
aceptadas y promovidas puesto que van en detrimento del auténtico desarrollo
humano y buscan sólo el interés y bienestar de unos cuantos.
En concreto, los que creemos en la
sustentabilidad del matrimonio como algo querido por Dios, desde la creación, y
como una vocación especifica, figura del amor de Cristo para con su Iglesia
(cf. Gn 2, 21-24; Ef 5, 21-33) debemos estar convencidos que cuando dos se
casan, se unen en el amor de tal manera que «ya no son dos, sino uno solo»:
tiene los mismos ideales para el futuro, la alegría y el dolor de uno será del
otro: los mismos intereses, las mismas preocupaciones, los mismos hijos. Cuando
uno ama hasta el punto de jugarse la vida por el bien del otro, es claro que su
amor no tiene límites, ni en el tiempo ni en el espacio… (Biblia Misionera,
comentario a Mt 19, 1-12): no tienen «fecha de caducidad». Comprendamos, por
tanto, que el divorcio, la llamada «unión libre», o iniciativas como la que
presentamos, son un contrasentido en el verdadero matrimonio que tiene su
origen y fundamento en el amor, mismo que, por su naturaleza, no puede tener
límites. Si alguien ama, no teme al compromiso y todo lo da; se entrega sin
reservas y gasta su vida en favor de la persona que ama y eso sí tiene solidez.
No se trata de aguantar
En la vida conyugal no se puede hablar de
«aguantar» al otro ya que en sí misma esta acción es referida a soportar un
peso que muchas veces es imposible llevar a cuestas. En la convivencia
matrimonial el mejor ejercicio para cumplir lo prometido es la fidelidad, misma que implica y
supone algo mucho más elevado que solo “aguantar”, se trata de permanecer en la
palabra dada; de ser constantes en aquellos valores que unen a dos personas: el
amor y el respeto. La fidelidad es una virtud que implica firmeza y constancia;
no se da de la noche a la mañana sino que se construye día a día.
A un lado el
egoísmo
Es que no me escucha, Es que no me presta atención, todo lo hago yo… estas y otras frases
son la que en repetidas ocasiones se pronuncian cuando existe algún conflicto marital. Yo me
atrevería a invertir las expresiones y decir: ¿usted lo escucha?, ¿usted le
presta atención? Y es qué en la
mayoría de los casos ese tipo de problemáticas tienen su raíz en el egoísmo. Por
lo tanto, para erradicar tales actitudes es nunca olvidar los detalles que
expresan respeto, solidaridad, humildad y servicio. Nunca se olvide, entonces,
que el verdadero matrimonio hunde sus raíces en Dios, pues sólo en Él se
comprende el auténtico amor (cf. 1Jn 4, 8).
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