sábado, 13 de septiembre de 2014

NO A LOS MATRIMONIOS CON FECHA DE CADUCIDAD


Yo (…) te acepto a ti, (…), como mi esposa (o) y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida. Tales palabras, propias del rito matrimonial, parecieran estar en desuso, puesto que la llamada «unión libre » resulta ser la vía más cómoda para quienes pretender unir sus vidas.  Esta misma situación ha hecho pensar a algunos que una alternativa para evitar mayores fracasos en el matrimonio es la «fecha de caducidad». Es decir, que el matrimonio sólo dure hasta que los cónyuges se entiendan; que el lazo matrimonial tenga una vigencia estipulada en un documento firmado de común acuerdo y que se rompa una vez transcurrido el tiempo. «Los matrimonios con fecha de caducidad» resulta ser una iniciativa que promueve que aquellos que decidan casarse tengan la opción de separarse en un lapso de dos años, cinco o hasta diez con la oportunidad de renovarse por otro tiempo o bien contraer nuevas nupcias.
Este tipo de iniciativas, para los que creemos en los valores fundamentales y la trascendencia de los mismos, no pueden ser aceptadas y promovidas puesto que van en detrimento del auténtico desarrollo humano y buscan sólo el interés y bienestar de unos cuantos.
En concreto, los que creemos en la sustentabilidad del matrimonio como algo querido por Dios, desde la creación, y como una vocación especifica, figura del amor de Cristo para con su Iglesia (cf. Gn 2, 21-24; Ef 5, 21-33) debemos estar convencidos que cuando dos se casan, se unen en el amor de tal manera que «ya no son dos, sino uno solo»: tiene los mismos ideales para el futuro, la alegría y el dolor de uno será del otro: los mismos intereses, las mismas preocupaciones, los mismos hijos. Cuando uno ama hasta el punto de jugarse la vida por el bien del otro, es claro que su amor no tiene límites, ni en el tiempo ni en el espacio… (Biblia Misionera, comentario a Mt 19, 1-12): no tienen «fecha de caducidad». Comprendamos, por tanto, que el divorcio, la llamada «unión libre», o iniciativas como la que presentamos, son un contrasentido en el verdadero matrimonio que tiene su origen y fundamento en el amor, mismo que, por su naturaleza, no puede tener límites. Si alguien ama, no teme al compromiso y todo lo da; se entrega sin reservas y gasta su vida en favor de la persona que ama y eso sí tiene solidez.
No se trata de aguantar
En la vida conyugal no se puede hablar de «aguantar» al otro ya que en sí misma esta acción es referida a soportar un peso que muchas veces es imposible llevar a cuestas. En la convivencia matrimonial el mejor ejercicio para cumplir lo prometido es  la fidelidad, misma que implica y supone algo mucho más elevado que solo “aguantar”, se trata de permanecer en la palabra dada; de ser constantes en aquellos valores que unen a dos personas: el amor y el respeto. La fidelidad es una virtud que implica firmeza y constancia; no se da de la noche a la mañana sino que se construye día a día.
A un lado el egoísmo

Es que no me escucha, Es que no me presta atención, todo lo hago yo… estas y otras frases son la que en repetidas ocasiones se pronuncian cuando existe  algún conflicto marital. Yo me atrevería a invertir las expresiones y decir: ¿usted lo escucha?, ¿usted le presta atención? Y es qué en  la mayoría de los casos ese tipo de problemáticas tienen su raíz en el egoísmo. Por lo tanto, para erradicar tales actitudes es nunca olvidar los detalles que expresan respeto, solidaridad, humildad y servicio. Nunca se olvide, entonces, que el verdadero matrimonio hunde sus raíces en Dios, pues sólo en Él se comprende el auténtico amor (cf. 1Jn 4, 8).

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