Hace un tiempo el Papa Francisco nos ha lanzado un desafiante reto; una serie de expresiones
que no podemos dejar pasar de largo y ser indiferentes ante las mismas.
El lío en la juventud
Se trata de una actitud que es urgente en nuestra sociedad y
que nace, sin duda, de un corazón joven y de la convicción de que en el mundo
es necesaria una verdadera renovación.
El Papa ha
dicho: “espero lío (…) quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera,
quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo
que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo
que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos, las
parroquias, los colegios, las instituciones son para salir, sino salen se
convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG!”.
Son claras y contundentes tales palabras; lío es salir del
egoísmo, remover nuestra vida que probablemente se ha quedado estancada en lo
rutinario y ponerla en movimiento para que no nos pase como al “atole” que si
no se mueve se pega y se echa a perder.
Lío quiere decir cumplir con fidelidad el mandato del
misionero del padre: ir por todo el mundo anunciando la buena nueva del reino
(cf. Mt 28. 19). La buena noticia que es Cristo; pues sólo Él tiene el poder de
hacer todo nuevo y darle sentido (cf. Ap 21, 5).
Jóvenes en lío se traduce en aquellos que no se permiten
caer en el sinsentido de la vida y con su ejemplo muestran al mundo que Dios
sigue vivo (cf. Lc 24, 6) y revoluciona a la sociedad; esa revolución que se
traduce en armonía y felicidad, no en manifestaciones subversivas y violentas
pues en todo caso tergiversaríamos la propuesta.
Lío es también vivir en libertad, no siendo presa de lo que
el mundo nos propone como realidades absolutas y que sólo son espejismos que se
esfuman en la nada, sino en la libertad que el hijo de Dios nos ofrece (cf. Jn
8, 36), la que nos realiza como seres humanos y nos potencia a cumplir con
nuestros más profundos ideales. Libertad auténtica que capacita a los
discípulos a derribar murallas que dividen y construir lazos que unan para un bien común.
Lío es salir a la calle y ver en el otro a un hermano,
reconociendo que todos estamos implicados en una sociedad donde somos
corresponsables los unos de los otros; que lo bueno o malo que realicemos sin
duda afectará a quienes están a nuestro lado. Es la convicción de que sirviendo
amamos y amando transformaremos nuestra sociedad.
Lío es ser inquieto por construir un mundo de paz, aquel
estado de vida que implica no sólo la ausencia de guerra y violencia sino el
momento de bendición donde la creatura se configura con su creador. Paz que,
como dijo en su tiempo Pablo VI, es la línea única y verdadera del progreso
humano.
Lío es darle vida al mundo con la juventud de la Iglesia,
aquella que con su fe traducida en obras (cf. Stgo 2, 14-26) se lanza sin
complejos a vivir en la justicia; aquella que defiende, ante cualquier ley, la
dignidad de la persona y se compromete con su ser de hijos de Dios a ser
católica –universal e incluyente-
a pesar de cualquier adversidad.
A nuestra sociedad le hacen falta jóvenes en lío que con su
testimonio de vida puedan contagiar a otros de alegría, de vigor, fuerza y
valentía; que salgan a las calles y demuestren que efectivamente la Iglesia no
puede ser una organización no gubernamental; que se conforma con el altruismo;
sino que su fundamento radica en las enseñanzas de su maestro, en el servicio y
en la caridad, en la fe –no licuada- y en la esperanza de conseguir algún día
la plenitud de nuestra existencia en la presencia de nuestro Dios.
A nuestro mundo le hace falta lío y tú eres el mejor
candidato para hacerlo realidad.

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