jueves, 10 de julio de 2014

El momento de decidir

Carlos Agustín Cázares Martínez, msp

“Jesús fue con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo: Siéntense aquí, mientras yo voy allí a orar. Y se llevó a Pedro y a los hijos del Zebedeo, y comenzó a sentirse muy triste y angustiado. Les dijo: siento en mi alma una tristeza de muerte, quédense ustedes aquí, y permanezcan despiertos.  Enseguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, de ser posible, no le llegara ese momento. En su oración decía: ‘Abbá, Padre, para ti todo es posible: líbreme de este trago amargo; pero que no se haga lo yo quiero, sino lo que quieres tú’” (Mc 14, 32-36).

El relato del Evangelio nos presenta la escena que conocemos como el punto de arranque de la Pasión del Señor; la antesala de una entrega total y la manifestación de la humanidad que asumió, con un amor extremo, Aquel que es la Divinidad. No hay que reducir este momento de la vida del Señor a un mero sentimentalismo ni lo juzguemos con una óptica superficial sino más bien contemplemos este gran misterio que nos deja la gran lección de cómo se debe vivir el momento de decidir.

En este sentido, sabemos que nuestra vida está llena de pequeñas decisiones, ordinariamente tenemos que pensar qué haremos en nuestro día o en qué dedicaremos nuestro tiempo sin embargo en un momento determinado precisamos detenernos un poco y tomar una decisión más radical, aquella que implica toda nuestra vida tanto en el ámbito profesional como vocacional, en este último punto es necesario que cada joven reflexione profundamente y así pueda discernir aquello para lo que fue llamado ya que no se trata de algo circunstancial sino el estado de vida que involucra su camino hacia la felicidad. Cada joven, en algún momento de su vida, necesita hacer un alto y reflexionar en aquello a lo que quiere dedicar su existencia, debe ser consciente que posee facultades tales como la libertad y la voluntad que le ayudan a dar pasos firmes pero también es cierto que necesita un momento de interiorización personal para que pueda encontrarse consigo mismo y a su vez con el Creador para que su decisión esté marcada por un profundo amor, pues amando es como podrá descubrir que optó por lo mejor y ahí encontrará lo que tanto anhela.

Para tal efecto hay que tomar en cuenta que en ocasiones podemos caer en angustia, en soledad, desesperarnos, “sentir tristeza de muerte” (v. 34), y sudar gotas de sangre; pero es precisamente allí, en ese momento de humanidad, donde podemos comprender que no todo está acabado, que nuestra vida está proyectada a la eternidad y saber que nuestras decisiones necesitan ser fieles y fundamentarse en aquella experiencia tan sutil de abandono: “No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”; Sí, cumplir la voluntad del Padre, hacer la experiencia del “huerto”, cargar nuestra cruz, morir a nosotros y experimentar los goces de la resurrección, es decir disponer nuestro corazón, humillarnos en la oración y plenificar nuestra vida viviendo en el amor pues para el amor hemos sido creados. Las mejores decisiones se toman de rodillas ante Aquél que asumió nuestra humanidad, se entregó por nosotros y nos indicó el camino correcto en el momento del Getsemaní.

Ahora bien, sabiendo esto, reconozcamos que muchos de nuestros fracasos se deben a que no hemos puesto nuestra confianza en el Señor y nos desgastamos vanamente creyendo que todo lo podemos. Por lo tanto, es preciso asumir una actitud humilde y acudir a la oración, pues allí el cristiano entabla un diálogo con su Padre; encuentra consuelo y todo lo necesario para continuar en esta vida con ímpetu y valentía. A este respecto, el P. Luis Butera nos enseña que la oración es la fuerza de los débiles, la alegría de los humildes y la realización de los cristianos esforzados; pues quien más se adentra en la oración, encuentra el secreto de todo su vivir en Dios.

 

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